sábado, 27 de noviembre de 2010

El Símbolo : Primer capítulo

La extinción


La Tierra, hace 65 millones de años.


Muchos millones de años atrás, tantos como 65, la Tierra era
muy diferente a como hoy la conocemos. Era un lugar de incesantes
cambios, pues los continentes estaban en continuo movimiento,
separándose y colisionando entre sí, dándose forma y relieve.
Los volcanes no cesaban de escupir toneladas de lava, provocando
la formación, y a veces la destrucción, de islas, montañas, etc.,
y cambiando así todo lo que los rodeaba.

A pesar de los continuos cambios, la Tierra se hallaba cubierta
de extensas selvas, bosques y praderas, surcadas por cristalinos
ríos y pequeños arroyos. Entre tanta vegetación no podían
faltar los animales, que reinaban por completo en mares, ríos,
cielo y tierra. Vivían en completa armonía y se imponía la ley del
más fuerte; no había lugar para los débiles y enfermos, lo que
provocaba la fortaleza y la continuidad de las especies.
Una mañana, el carnívoro más temido por todos, el Tyrannosaurus
Rex, se hallaba plácidamente bebiendo agua de un manantial
cristalino después de haberse comido a un pobre Velociraptor.
Mientras bebía, sus penetrantes ojos no cesaban de buscar una
nueva víctima. De repente, comenzó a ponerse nervioso; alguna
cosa lo hacía estar intranquilo. Cesó de beber y levantó su enorme
cabeza para observar lo que le producía tal desasosiego. En la
lejanía pudo ver que a un grupo de Iguanadones que se hallaba
pastando le ocurría lo mismo.
Sin ningún motivo aparente, el cielo quedó mudo y exento de
todos los animales que anteriormente lo surcaban con total tranquilidad,
parecía que todos los seres vivos de la Tierra estaban
sintiendo la misma sensación que al Tyrannosaurus Rex le producía
aquella intranquilidad.
Todo quedó en una extraña calma. Las selvas, los bosques,
los ríos y los mares quedaron mudos, como si el planeta estuviera
falto de vida. El más profundo de los silencios se adueñó de aquel
fantástico lugar.
El cielo, antes azul, comenzó a oscurecerse, volviéndose negro
como el carbón y envolviéndolo todo en la más profunda
oscuridad.
Los animales, muy asustados al no saber qué ocurría, miraban
al cielo esperando que volviera a ser como antes, pero en vez
de eso, cada vez se volvía de un negro más profundo. De repente,
comenzó a escucharse un leve silbido, como si procediera de las
entrañas de la Tierra. Los inquietos animales no cesaban de mirar
a un lado y a otro buscando la procedencia del misterioso ruido
que les producía aquel miedo. Poco a poco, aquel leve silbido se
iba transformando en un sonido más intenso y desagradable, hasta
que se convirtió en un ruido atronador.
Ensordecidos, observaban incrédulos lo que estaba sucediendo,
y comenzaron a correr despavoridos, asustados por no saber
lo que ocurría. Cada uno de ellos presentía en su interior, como si
de un sexto sentido se tratase, que algo malo iba a pasar, que alguna
cosa sucedería en breve.
Todo el planeta comenzó a temblar, y el cielo, antes envuelto
en tinieblas, comenzó a iluminarse. De entre las tinieblas se pudo
ver como surgía una pequeña luz, que a medida que descendía se
iba haciendo, poco a poco, más grande.
Centenares de animales, apoderados por el pánico, veían
cómo una gran bola de fuego descendía del cielo, recorriéndolo
de punta a punta, y provocando a su paso que todo se iluminara
con una extraña luz, que al desaparecer dejaba un rastro de muerte;
todo lo que tocaba lo envolvía en llamas y lo reducía a cenizas.
El suelo, antes estable, comenzaba a desquebrajarse, como si
de una cáscara de huevo se tratase, convirtiendo aquel lugar en
un infierno.
La Tierra comenzó a convertirse en un caos: inmensas olas
surgían del mar y avanzaban tierra adentro, había bosques enteros
ardiendo y animales reducidos a cenizas por todas partes;
centenares de grietas aparecían por el suelo, tragándoselo todo a
su paso. Era el fin de aquella armonía que había existido durante
millones de años.
La gran bola de fuego continuaba su recorrido mortal, arrasándolo
todo a su paso, descendiendo cada vez más y acercándose
peligrosamente a tierra, hasta que al fin cayó al suelo, en medio
de una isla. En ese mismo momento todo quedó en calma, el ruido
ensordecedor cesó, la tierra dejó de retorcerse, y el cielo comenzó
a abrirse, dejando pasar los rayos del Sol nuevamente. Los
animales, que huían aterrados, cesaron de correr, y una extraña
tranquilidad se adueñó de todo. Tras unos instantes de desconcierto,
una nueva luz, distinta a la anterior, cubrió de nuevo el cielo
en su totalidad, y acompañándola llegó una muerte silenciosa
para todo ser vivo de la Tierra.
Aquellos magníficos ejemplares que habían reinado la Tierra
durante millones de años desaparecieron para siempre.

3 comentarios:

  1. Parece interesante, voy por el segundo apítulo.

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  2. Hola pase a conocer tu blog y he leido el capitulo, seguirè tu novela porque este tema me atrae mucho, y tu forma de escribir es interesante. Suerte

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  3. Gracias Sally por pasarte y por tu comentario.

    Espero verte pronto por aquí.

    Un saludo.

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